martes, 25 de octubre de 2011

El amor es eterno... mientras dura!

En los últimos tiempos me he visto sorprendida por un aluvión de rupturas inesperadas por ser de relaciones eternas: una de 10 años, otra de 15 y otra de 18 años.
Lo primero que haces cuando te enteras de algo así es sorprenderte. Parece que llega un punto (no tengo muy claro cuál, porque yo no he pasado por él), en el que te crees que una relación es para siempre. ¡Pero resulta que no! Parece ser que esas relaciones también se rompen, y con bastante más frecuencia de lo que nos pensamos. De hecho, sólo hay que escuchar esta CANCIÓN  para ser consciente de por qué esto ocurre.
Y una vez que ya te has sorprendido lo suficiente, piensas: “Si a mí me pasa eso, ¡me muero!”. ¡Error! Por suerte, nadie se muere por nadie. Afortunadamente, nunca he pasado por algo tan fuerte, pero sé que tiene que ser duro cuando tienes tu vida planteada, y de pronto toda esa vida se viene abajo. Supongo que saber que la gente sale de eso, al principio no te ayuda, pero después te hace ver que al fondo se ve la luz.
En la mayoría de los casos, las rupturas son muy dolorosas, al menos para una de las partes. Y en estos casos hay dos maneras de afrontarlas. La primera es, para mí y mi forma de ser, la más normal: lo pasas muy mal al principio, y poco a poco el tiempo todo lo cura. Y de pronto, alguien algún día vuelve a despertar algún sentimiento especial en ti. La otra es, como he escuchado en más de un sitio, el “síndrome de apareamiento indiscriminado”. Es el clásico “una mancha de mora con otra verde se quita”. Seguro que todos conocemos a alguien que después de una relación larga se echa a la calle y liga todo lo que habría correspondido a toda su pandilla.
Poco a poco todo vuelve a una relativa normalidad, y hay un día en el que ya no sabes si echas de menos a esa persona, o sólo la situación de ser dos que tenías antes. Y otro día, te das cuenta de que ¡eres autosuficiente! Y ese día, ya estás bien.


 

lunes, 17 de octubre de 2011

El que no busca, no encuentra

Siempre me ha gustado leer todo lo que me encuentro por la calle. Desde la puerta de los baños de la Facultad, hasta los horarios de las limpiadoras de los centros comerciales. ¡Nunca se sabe dónde puedes encontrar algo que te interese!
El otro día, mientras esperaba el autobús, me encontré un cartelito en la parada que decía lo siguiente:
“No es justo que el amor sea para unos y otros no. No soy feliz porque estoy en una soledad muy inmensa. Busco una mujer que se enamore de verdad, que sea sincera. Busco un amor definitivo, una persona comprensiva, cariñosa y sincera. Tlf. XXXXXXXXX.”
Me quede alucinada. Tuve que leerlo dos veces, y me costó pensar si era real o se debía a algún tipo de experimento sociológico.
Por una parte me pareció muy triste. Tiene que ser duro sentirte tan solo y desesperanzado que te de igual que se entere todo el mundo; lo único que quieres es encontrar una solución. La verdad es que la frase “no soy feliz porque estoy en una soledad muy inmensa” me pareció demoledora. Cada vez que la leo, me da un pellizco en el estómago.
Por otra parte me pareció esperanzador. Este señor no pierde la esperanza de encontrar una compañera, un amor. ¿Quién sabe si, además de leerlo yo, lo lee alguna señora que esté en la misma circunstancia, piense que no tiene por qué ser un psicópata y decida darle una oportunidad a la vida?
Si alguien conoce a alguien que podría estar interesada, que me lo diga y le paso el teléfono, ¡me encanta un celestineo! Una pena no tener ningún tipo de dato más sobre él.
Espero de todo corazón que esta historia termine bien. Me gustaría llamarle dentro de un tiempo y preguntarle cómo ha ido todo. Ojalá pudiera colgar sin hablar al responderme el teléfono, porque la voz transmita esa felicidad que ahora mismo está ausente.


17/10/11

martes, 11 de octubre de 2011

Vivan los novios

Este finde tuve una boda. ¿Una más o una especial?
Soy más que consciente de que no es algo que me pase sólo a mí: estamos en una edad en la que si te invitan a dos bodas al año, te parece poco. Ésta ha sido mi segunda del 2011, pero no la última.
Cada vez que voy a una boda, me siento más bipolar.
Por una parte, siempre es lo mismo: un novio esperando nervioso, la entrada de una novia espectacular, los granos de arroz asesinos a la salida (si algún día me caso, queda dicho que no quiero arroz), correr detrás de los camareros en el buffet, el decir “creo que voy a reventar en cualquier momento” antes de pasar al comedor, probar el primer plato y no ser capaz de terminarlo, ídem con el segundo, hacer un esfuerzo y comerte el postre entero, brindar con una copita de cava que sigue sin gustarme, bailan los novios, baila todo el mundo, te duelen los pies, te miras al espejo y te preguntas si eres la misma persona que salió de casa 8 horas antes, te siguen doliendo los pies, mandas el glamour a la mierda y te cambias de zapatos, los amigos más cercanos de los novios empiezan a desfasar… y después todo termina. Coges la bolsita con los taconazos superbonitos dentro, y sales arrastrando los pies camino de tu casa, mientras piensas “¿de verdad que alguien se cree que de una boda sale otra?¿A cuántos miles de bodas tengo yo que ir para que sea mi turno?”
Por otra parte, nada es igual: el vestido de la novia, la ilusión de los familiares, los nervios de las amigas de la novia, la cara del novio al verla llegar, las miradas a los ojos cuando se dicen “si, quiero”, cuando bailan su canción rodeados de gente pero sintiendo que están solos… y millones de cosas más que supongo que sólo se sienten el día de tu boda.
Y después está esa parte evidentemente inevitable en cualquier boda que se precie: ¡comentarlo todo! Que tire la primera piedra quien no mira de arriba a abajo a toda la que pasa por delante; es súper importante, porque puedes encontrar entretenimiento para toda la velada: mira qué vestido tan corto; mira ésa la mosquitera que lleva puesto en vez de sombrero; mira que camarero tan mono; hay que ver que no hay ningún muchachito aparente en edad de merecer; mira aquel que se ha subido al escenario y está mojando un micro en el cubata; por Dios, que alguien le diga a la que se ha subido a cantar con el grupo que lo hace fatal; mira aquella como baila; hay que ver que a la gente le ha dado por imitar a la Duquesa bailando en su boda… En fin, ¡lo típico!
Después de todo esto me pregunto: ¿me quiero casar? Siempre pensé que sí, pero con el tiempo se ha convertido en algo un poco más prescindible para mí. Aunque pensándolo realmente, ¿a quién no le gustaría ser la protagonista de un cuento aunque sólo fuera un día?
Lo que sí tengo claro, es que algún día (aunque no sepa todavía con quién) quiero que seamos felices y comamos perdices.


 

viernes, 7 de octubre de 2011

El amor ¿no tiene edad?

Por si alguien no  se ha enterado, se ha casado la Duquesa de Alba.
Echando la vista 3 años atrás, recuerdo el momento en el que me enteré de que la Duquesa tenía novio. Lo primero que pensé fue: “La Duquesa se ha echado novio antes que yo, ¿se puede caer más bajo?” ¡Pues sí! El año pasado a estas alturas, las dos teníamos novio. Hoy, 3 años después, yo tengo un ex-novio y ella tiene un marido.
La verdad es que, pensándolo bien, es lo lógico. Yo estoy en la flor de la vida y me queda (o eso espero) mucho por vivir. Ella está en el otoño de su vida, aunque parece que también le afecta el efecto invernadero, y que todavía le queda tiempo para que llegue el invierno. Así que mejor que aproveche ella, que tiene menos tiempo que yo.
Realmente, la admiro. Aunque hay manera de hacer las cosas que no comparto, admiro sus ganas de vivir, su valor para enfrentarse a todo y a todos por su historia de amor (aunque no creo que el amor que pueda sentir a esa edad sea igual que el que se siente siendo más joven) a los 85 años. Lo normal si tienes delante un “yogurín” de 61, ¿no?
No sabemos lo que nos deparará la vida, aunque todos esperamos que esté llena de cosas buenas. Pero, pase lo que pase, ¿no nos gustaría a todos terminarla con las ganas de vivir que da una historia de am♥r?


 

sábado, 1 de octubre de 2011

El milagro de la vida

Hoy ha llegado una persona nueva a mi vida. Se llama Claudia, sólo hace 2 horas que nació y ya la quiero.
Su mamá lleva en mi vida 18 años. Ha sido mi compañera de tantas cosas: de empezar a maquillarnos, de empezar a salir, de empezar a gustarnos niños, de ponernos graciosas bebiendo, de hacer juegos de amor, de horas y horas y horas de charla… Una compañera de vida, de la “primera parte” de mi vida especialmente, debido a la distancia que nos separa, pero siempre amigas de corazón… y teléfono. Es un año más pequeña que yo, y en los cumpleaños siempre hemos bromeado con que nunca iba a alcanzarme. ¡Pero ahora ha echado un sprint! Espero alcanzar su paso algún día. Ahora es ella la que se ha hecho mayor, la que (aunque siga con esa locura que me encanta) tiene la gran responsabilidad. La que va a empezar a pasar noches sin dormir, la que va a tener una responsabilidad y una preocupación para toda la vida… Y la que va a ser querida como una madre. Supongo que eso lo compensa todo.
Hemos disfrutado de muchísimos momentos juntas, pero éste me lo he perdido. ¡Y lo que es peor! Todavía pasarán algunos días antes de poder ver y tocar a la nueva princesita de nuestra vida. ¿Hay algo más mágico que una barriga gorda convirtiéndose en personita? A mí, cada vez que lo pienso, me parece más increíble.
Enhorabuena por la familia que habéis conseguido formar. No os desesperéis más de la cuenta. Echadle paciencia a sus llantos, que todavía es muy chica. Y queredla, aunque eso no hace falta que os lo diga, ya la queríais antes de saber que iba a existir.
Enhorabuena Marina y Juanfran. Bienvenida, Claudia.


1/10/11