Sé que no puede existir un título más cursi, pero la verdad es que no le puede venir mejor (y, para ser sincera, no se me ocurría otro).
Esta columna va dedicada a una de mis incondicionales, que está viviendo una love story bonita y algo complicada, lo que la hace aún más bonita. Llevan un año de amor, de amor en la distancia: tren arriba, tren abajo; hotel arriba, hotel abajo… ¡Amor arriba!
Me encanta verlos juntos, son tan monos… A ella nunca la he visto más contenta; a él, basta con mirarle a la cara. Cuando estoy con ellos, distintos sentimientos y pensamientos cruzan mi mente: no puedo evitar que me dé un poco de envidia sana, teniendo siempre ganas de verse, de hacer cosas juntos, y de no hacer nada; no puedo evitar sentirme un poco madre (para variar), queriendo buscar una solución a esto de estar tan lejos; y no puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta cuando pienso en que se tienen que volver a despedir… otra vez.
Ojalá os encontremos una solución para que podáis estar juntos pronto, y sólo tengáis que hacer maletas para iros de excursión.
Os quiero (lo siento chico, a ella más).